Antes de Internet, los espectadores solo tenían tres vías para ver imágenes de las películas y decidir cual les atraía más: los tráilers, los reportajes de las revistas de cine y los fotocromos exhibidos en los propios cines. Los fotocromos eran imágenes impresas en papel o cartón a tamaño DIN-A4 que se utilizaban como material promocional para las películas que estaban en la cartelera.


Habitualmente se solían exponer unos nueve o doce fotocromos, combinando fotogramas de la película con reproducciones del cartel. Colgados en vitrinas o en las paredes de los vestíbulo se podían observar esas imágenes impresas en gran calidad y a un tamaño que no suele encontrarse en los libros o revistas, de forma que se pueda advertirse hasta el mínimo detalle el contenido de la imagen: iluminación, dirección artística, vestuario, etc…

A mediados de los 2000s, con la irrupción de Internet, las distribuidoras dejaron de hacerlos y hoy en día solo los cines más nostálgicos, como el Phenomena de Barcelona, los ponen por el efecto decorativo. Son tan míticos que hay todo un mercado negro de fotocromos entre coleccionistas de todo el mundo.